Perdoname Buenos Aires, pero tenés que entenderlo, porque no quiero venirme del
todo, es que no puedo. Un puñado de vivencias tengo metido en el alma que hacen
cada día un poquito más difícil que me vaya de mi gente, de mi pueblo, que me
tiene de la espalda. Malvones, ropa tendida, olor a tierra mojada, almacén, aún
con libreta, los almuerzos siempre en casa. Plaza, parroquia, Intendencia,
negocios de hace mil años y la vieja y saludable costumbre de andar despacio. Magia
simple y cotidiana de aquellas noches tan calmas que ya no pueden pagarse, lo
sé, con ninguna plata. La siesta, el después te pago. Mandados, la casa
abierta, las sillas en la vereda y auto, sin llave, en la puerta. Gente que aún
tiene gallinas en el fondo de los patios, la presencia de un vecino al alcance
de la mano. Barrio entero de festejo cuando alguno cumple años, las salidas de
los chicos, voz conocida en la radio. Gente que se va de pesca, cerquita, si
tiene tiempo y que el domingo a la tarde vuelve a la vuelta del perro. Los
albañiles volviendo del trabajo en bicicleta, echada sobre los ojos, con cal,
la gorra visera, y el silbido que se corta para el ‘chau’ a un conocido, parientes
acá a la vuelta, el TC de los domingos. Aire fresco, fútbol, paddle y, de vez
en cuando, un circo, velorios con mucha gente y dolor más repartido. Perdoname
Buenos Aires, pero tenés que entenderlo porque yo soy todos ellos y un poco
más, y lo siento. Los sufro cuando me voy, los extraño si estoy lejos, los
disfruto cuando vuelvo, soy feliz si ando entre ellos, y no sé si ellos lo
saben. Pero ése ya es otro cuento. Cómo querés que me venga al calor de tu
cemento, a tu apuro, a tus urgencias, a tus ruidos y a tus miedos. Yo te miro y
te respeto, te observo y hasta te aprendo cada día un poquito más, pero nada
más que eso. Porque soy uno de aquéllos, de afuera, suelen decirnos, que a lo
mejor soy de adentro, eso es según se lo mire. Perdoname Buenos Aires, pero
tenés que entenderlo.
Gato Peters