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20 de abril de 2016

Puerto Madryn ...


Arremangarse los vaqueros que descalza la playa se amolda a los pies; el mar es intratable en la extensión fría, pero la arena húmeda recibe. Resta un tramo de caminata hasta los barcitos de la costa y el mediodía invade el aire con el olor a pescado frito, fresco. La bajada trae el alerta, el imprevisto moverse de los cangrejos y ráfagas heladas, impensables para dormitar el cansancio; anárquicas levantan en la sequedad de los médanos restallantes remolinos. Mientras encuentre plácida esas andanadas -se dice como quien se mide en lo externo- la carne no será crepuscular. La caparazón de un erizo frágil pero intacto toca en su bolsillo, una mesa afuera busca, dispuesta a la intransigencia con el viento, servilletas para escribir o entrar a espiraladas sensaciones. Pero todavía, no se ha ganado ese instante de compensación punzante o maravilloso que traspasa la simpleza; nada aún sino el foco sobre algunas acciones mínimas, accesos que tientan rugosos paralelos. Sólo el movimiento que ablanda y desmarca y deja que llegue lo real, el mediotono inoculador de la caminata y el día, la escalera solar por donde reptan sus animales nocturnos. Nada sino el tiempo sorbido en los olores en la erosión tangible de la playa; nada excepto el momento en que las cosas suceden.
Alicia Genovese