Para ti nunca fui más que un pedazo de
mármol. Esculpiste en él mi cuerpo, un cuerpo de mujer blanco y hermoso, en el
que nunca viste más que piedra y el orgullo, eso sí, de tu trabajo. Jamás
imaginaste que te amaba y que me estremecía cuando, dulce, moldeabas mis senos
y mis hombros, o alisabas mis muslos y mi vientre. Hoy estoy en un parque,
donde sufro los rigores del frío en el invierno, y en verano me abraso de tal
modo que ni siquiera los gorriones vienen a posarse en mis manos porque queman.
Pero, de todo, lo que más me duele es bajar la cabeza y ver la placa: «Desnudo
de mujer», como otras muchas. Ni de ponerme un nombre te acordaste.
Amalia
Bautista