Yo escribo para quienes no puedan leerme. Los de abajo,
los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no
saben leer o no tienen con qué. Cuando me viene el desánimo, me hace
bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un
teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo
de pantomima, y no había nadie. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron
el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos
que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria
de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo,
con alma y vida; y fue una maravilla. Nuestros aplausos retumbaron en la
soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.
Eduardo Galeano