Uno se harta de cáscaras y tiene hambre de
pulpa: pulpa humana, sincera, veraz y conmovida. Pulpa franca que vierte sus
jugos luminosos. Pulpa extraña y ardiente de humano inacabado. Y de pronto
suceden audaces desnudeces: renunciar a ser nadie, abrirse indefendido, mostrar
eso que duele mientras el otro muestra su espíritu injuriado por injustos
cuchillos. Mostrarnos la belleza que anima nuestro espacio oculto, inmaculado,
ungido de hermosura; mostrarnos uno al otro impretendidamente, sin máscaras que
asfixien la esencia despertada. Construir la confianza como quien edifica con
su máximo aliento puentes, templos, caminos. Y entonces sí, sucede: la cáscara
se parte y convida, fragante, la más íntima pulpa: el centro, lo que fuimos
antes de que la vida asfaltara los prados que pisamos descalzos. Nos sabemos
completos cuando el otro nos sabe, cuando al otro ofrecemos lo que hay, lo
faltante, lo que pronto seremos, lo que fuimos, y aquello que guardamos intacto
para quien lo merezca: el ámbito recíproco desde donde ejercemos la vital
transparencia con que dos se hacen uno.
Virginia Gawel