El hombre es el
producto de causas cuyo fin es imprevisible; que su origen, su crecimiento, sus
esperanzas y temores, sus amores y creencias, son sólo el resultado de
colisiones accidentales de átomos; que no hay fuego, ni heroísmo, ni profundidad
de pensamiento o sentimiento que tenga vida propia después de la muerte; que
todo el esfuerzo de la eternidad, toda la devoción, toda la inspiración, toda
la luz de mediodía del genio humano están destinados a la extinción en la
muerte del sistema solar; y que todo el templo de las hazañas del hombre debe
quedar inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas, todo
ello es tan cierto que no puede sostenerse firmemente ninguna filosofía que lo
rechace. Sólo considerando estas verdades, sólo sobre la firme base de la
desesperación inflexible puede hallarse una morada para el alma.