El ausente, el celoso, se provocan, aquél con sentimiento, éste con ira; presume éste la ofensa que no mira, y siente aquél la realidad que toca. Éste templa, tal vez, su furia loca, cuando el discurso en su favor delira; y sin intermisión aquel suspira, pues nada a su dolor la fuerza opaca. Éste aflige dudoso su paciencia y aquél padece ciertos sus desvelos; éste al dolor opone resistencia, aquél, sin ella, sufre desconsuelos; y si es pena de daño, al fin, la ausencia, luego es mayor tormento que los celos.
Sor Juana Inés de la Cruz