Pensé que la tierra me recordaba, ella me recibió tan tiernamente, arreglando sus polleras oscuras, sus bolsillos llenos de líquenes y semillas. Dormí como nunca había dormido, una piedra en el lecho del río, nada entre yo y el fuego blanco de las estrellas más que mis pensamientos, y ellos flotaban livianos como polillas entre las ramas de los árboles perfectos. Toda la noche escuché los pequeños reinos que respiraban a mi alrededor, y los pájaros que hacen su trabajo en la oscuridad. Toda la noche subía y bajaba, como suspendida en agua, luchando contra una luminosa fatalidad. Para la mañana, me había fundido al menos una docena de veces con algo mejor.
Mary Oliver