Este río de amor que duele tanto y que tanto consuelo proporciona, brota de un manantial remoto y santo y recorre en silencio la persona. Su corriente que alegra y emociona va por zonas de júbilo y de llanto hasta llegar a la secreta zona donde se vuelve océano de canto. En este inmenso mar, siempre desierto, donde es inútil esperar más puerto que el de un olvido cada vez mayor, todo el hombre palpita y se resume como toda la tierra en el perfume y en la forma callada de la flor.
Francisco Luis Bernárdez